Reseña. ESTO ES TODO LO QUE ARDE en nuestras manos. Por Tomás Ruiz

Esto es todo lo que arde / Florencia Piedrabuena 1da ed.
Conurbano Norte: Maldemar, febrero de 2020. 38 pp.;
10,5x14,8 cm


La autora, lxs presentadores y los espejos de Arquímedes  (Ciclo Maldeamor, 14/02/20)


Arquímedes hizo arder las flotas romanas al reflejar los rayos solares en sus navíos a través de un juego de espejos ustorios. Da testimonio de esto Luciano de Samósata, cómico o visionario de la antigüedad, regalándonos acaso uno de los mejores dispositivos literarios.

La plaqueta Esto es todo lo que arde de Florencia Piedrabuena abre la colección Maldeamor de la editorial Maldemar. A pesar de la proclamación incendiaria de su tapa y el malestar que signa el nombre de la colección, la plaqueta traza una bisagra en la violentada construcción del discurso amoroso de la poesía de Piedrabuena.

Borrando la distinción entre literatura y vida, la plaqueta se arma como clausura de un romance. La escritura busca rebelarse a su condición de objeto y cobra vida, se enciende en las manos de su blanco discursivo nombrándolo pero también disparando su semiosis, reaviva los restos de un cuerpo poético destrozado históricamente en nombre del amor. Así, la plaqueta narra una reeducación sentimental, un romance en las palmas de dos infantes, así signa también su quemadura.

El escenario escolar del texto vale para la constitución de una nueva mirada sobre el deseo y la militancia, dos tópicos que asoman -en esta plaqueta- una reescritura de su poética en la obra de la Piedrabuena. El epígrafe épico de Vicente Luy ilumina el cuerpo textual, proponiéndole al lector un erotismo del desamor en el que pueda incendiar su propia pena.

“Santiago” pierde su referencialidad al vivificar, en su condición de significante, la coyuntura política latinoamericana, los amores del secundario y la alfabetización romántica. El nombre propio reaviva el fuego de la escritura, del deseo y de la militancia, enciende un libro. El poemario dibuja un sujeto amoroso que se minoriza a sí mismo ante un yo poético grandilocuente, presenta un escenario romántico nutrido por la fragilidad y especularidad. El cuerpo busca vestirse del objeto amado; quedar marcado por sus labios; perderse en su ensoñación; olvidándose acaso de su condición de espina.

El yo poético contrasta la fantasía romántica con el cuerpo del discurso, pide un amor de carne y hueso, un amor por escrito. El encuentro de amantes es el de la asamblea de cuerpos consentidos, que indica, pregunta y enseña. Es el amor que se encuentra en una plaza, no en un voyeurismo guevarista ni al filo de un cuchillo en legítima defensa.

Por vez primera la poética de Piedrabuena encuentra un blanco discursivo del ritual amoroso que no logra articularse en una afrenta como un enemigo. Quizá por eso toma la forma del enigma, que como enseña Dupin se resuelve fuera del imaginario del crimen pero que, sin embargo, toma la conocida forma del mismo: el fuego, resignificándolo. Del símil policial toma prestado también el pacto y de su frustración el desamor. El idilio se fragua en ese primer abrazo propuesto pero no sostenido; en la promesa de escritura que no se materializa en los renglones del cuaderno escolar sino que se va por el aire para luego alimentar el fuego que leemos. Señalándonos una consciente identificación del peligro, una apuesta por un texto marcado por un calor espejado.

La plaqueta nos propone una nueva faceta del yo poético en Piedrabuena: la infante. En este sentido se invierten los lugares y leemos su fragilidad, su condición de borrador, de duda, de juego y de dibujo. También es ella quien busca esconderse en el abrazo de su lectura. Formula, desde ese lugar, el aprendizaje: un texto doblado, empolvado, quemado y mojado, un amor dicho con nombre propio. 

Sobre el fin la plaqueta encuentra su forma interpelativa, lejos de quedar en cenizas la voz poética reaviva su fuego dirigiéndose al lector. No como pregunta sino como incertidumbre. Esto es todo lo que arde responde al desamor de quien quiera leerse en él, no como performance de luto o como retórica de resurrección sino como fuego que sale por la boca de la plaqueta y arde en nuestras manos. Acaso eso que consumimos los lectores sea el enigma de nuestro desamor.

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