Reseña: Picadito Maricón: el eros en juego. Por Tomás Ruiz

Picadito Maricón. / Mariano Camilo Pérez Aráoz 1era ed.
Benavidez: Maldemar, 2022. 32 pp.; 21x14,5 cm




De todo nos salvará este amor

Hasta del mal que haya en el placer
Virus

Picadito Maricón es un poemario de iniciación. A través de la lectura conocemos las caras del territorio, el cuerpo y el barrio, que son los recorridos por los que transita la bicicleta a la que nos invita el yo lírico desde la primera frase del texto. Los poemas se nos proponen como los retazos de un tejido amoroso. Fragmentos biográficos que se estampan unos sobre otros para formar un escenario lúdico en el que el amor se da en la pileta, en la calesita y debajo de los shorts, y lo que se juega no es otra cosa que la vida. El escenario lúdico es la resistencia que crece entre los paredones, las orejas y los ojos furtivos, en la que resuena constantemente el eco doloroso del límite.

La trama territorial se adjudica al conurbano en su referencialidad lingüística, pero sobre todo en la habitualidad que configuran los encuentros: la pileta, el picadito, los jardines y los bondis bajo la amenaza de la mirada yuta. Mirada que parece signada en las plazas, las canchas y calles, a la que el yo lírico se rebela con la perseverancia de su seducción. La selva que Horacio Quiroga supo construir para nuestras infancias encuentra su florecimiento en el barrio Tronquito (el primer amor) y el zoológico, metáfora maldita de la homosexualidad, encuentra su revés en el barrio cerrado. Picadito Maricón nos lleva a pedalear y vibrar adentro del cuerpo de este barrio textual.

El ingenioso juego es la mayor fortaleza del poemario, ya en su musicalidad, polisemia y remates, el lector experimenta una sonrisa al encontrarse en el placer del yo lírico que explora, intuitivamente, los límites de la expresión. Halla en la sexualidad un oasis sinecdótico, la lectura se extasía del erotismo que despliega la bragueta textual que recorre su mano bajo el pantalón hasta a la jeta del poeta. Lxs lectorxs nos colamos dentro de su ropa para mirar, caminar y recorrer su cuerpo con la ilusión de estamparnos en alguna de sus pajas.

La cadena del pedaleo se traba en aquello mismo que fortalece al poemario, su carácter intuitivo, inicial y por ello también ambicioso. La voz poética busca comerse el imaginario que despliega, quizá como advierte ella misma, por temor a ser fagocitada. Así, el poeta busca recorrer todos los juegos y cerrar el sentido, dando algunos silbatazos y hermosos remates al lector del picadito maricón.

Finaliza el tiempo del partido con la conciencia del límite: el yo lírico mirando un cielo rojo en las treguas que ofrece la militancia. Invoca una visera con un desgarrador juego de palabras de ese aterrador “acto de magia” con el que desapareció Tehuel. La poesía vitaliza así esa política erótica que propuso alguna vez Virus: el encuentro a través del juego, el placer y la invocación de una señal amorosa que nos permita seguir soñando.

 Tomás Ruiz





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