Reseña: Al Sur, por Marcos Kramer
Benavidez: Maldemar, 2021. 60 pp.; 21x14,5 cm
Voy a empezar suponiendo que existe
algo asi como la “poesía del conurbano”, porque está claro que el conurbano
existe. Territorio difuso, bastísimo, inimaginable aún cuando se viva en la
esquina más céntrica y con las anécdotas más espesas. Tierra tan elástica como
la vida de una nación y respirando constantemente hasta donde le den
coyunturalmente los pulmones, hasta donde le permita el diafragma del puerto
que lo detesta.
No toda locación geográfica tiene
un idioma que le sea propio y mucho menos una poesía, eso es voluntad de
nacionalistas o de desesperadxs por una identidad fija. Tiene quizás el
conurbano un ritmo, una temperatura, unos sonidos sólo distinguibles si se lo
transita con extrañamiento de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro,
sin dejar de pertenecer. Creo que algo de eso se lee en Al sur de Lucila
Simari Negri. Porque los poemas que componen este libro están en un tránsito
constante, aseverando que lo más característico del conurbano son sus arterias
y las personas que las transitan como sangre líquida a punto de coagularse. Y
ese instante es el universo central de este libro. Hierro, barro, óxido,
reflejos, charcos, amores caníbales en suspenso, vida propia: todo eso tiene la
sangre… y los poemas de Lucila. No por nada, cuando la vi leyendo por primera
vez hace varios años atrás, recitaba un poema golpeándose el pecho con el ritmo
regular del bombeo vascular. TUM-TUM-TUM-TUM, se escuchaba detrás de sus
palabras.
Elijo creer que la poesía del conurbano es la que está dentro de este libro. Primero porque no tiene pretensiones de agotar (y por lo tanto matar) lo vivo que se cuela entre las rendijas de los versos, como si cada poema no fuera “el conurbano” sino unas simples líneas para calzarse delante de los ojos y mirarlo. Pero también este libro es el conurbano porque se trasciende a sí mismo y conquista otros territorios, los usurpa. De a ratitos, entre tanta calle y palabra corriente, amanecen golpes suaves de un lenguaje elegante. En los poemas de Lucila el conurbano no es solamente una lengua y una anécdota llana (de llanura), sino un horizonte escalonado por palabras verticales, donde el bondi convive con la inmanencia, donde la General Paz convive con el momento en que se disipan los miedos, donde la bruma del barrio convive con la infinitud, y la birra con el devenir. El horizonte del lenguaje de Lucila es interrumpido por el ritmo ascendente de tanques de agua y postes de luz, como en el poema “San Fernando” que abre el libro, y me recuerda a lo que dijo un francés hace años: lo que se clava en la tierra de las palabras heredadas, como una bandera, es el estilo de unx escritorx.
Marcos Kramer
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